Lector, está ante dos libros que profundizan como pocos lo han hecho en la tectónica que mueve los determinantes siglos XVI y XVII para España. En sus páginas se comprende el mapa de declive e implosión que sufre la que otrora fue la gran potencia mundial, y tejen un erudito y exhaustivo itinerario de las derivas bélicas, políticas y religiosas del Estado.
El Sol de Flandes, en sus dos volúmenes: La guerra barroca. Iconos del Marte hispano y Declinación de las armas de España, configuran una esclarecedora visión del que es sin duda el punto de inflexión más importante en la historia de este país y por ende, dada su hegemonía durante este periodo de Oro, del mundo conocido hasta esas fechas.
Su interés no solo reside en el mapa de razones, intereses y estudios que se abre ante nuestros ojos, sino sobre todo en la escrupulosa recensión de absolutamente todos los planos y discursos que hilvanan los que son, a todas luces, los años más productivos de esta nación, culturalmente hablando.
Desde los tratados políticos a los bélicos, pasando por el apabullante despliegue de imágenes que cuajan el Barroco español, hasta la prolífica literatura de dramaturgos, novelistas y teóricos, estos fascinantes volúmenes indagan en las evidencias del gran signo negativo que, sin embargo, se ha instalado en la historia. Y ello, con la convicción de estar ante una maquinaria mucho más compleja, repleta de aciertos y errores, que se va desentrañando página a página hasta fundamentar los principios de lo que se extiende hasta nuestra historia más reciente.
En ambos volúmenes, se intenta dar cauce a una interpretación de lo que a la postre fue la derrota material de las «Armas de España» y, también, del acabamiento del proyecto político –el sistema español– que alimentaba su desempeño. Una derrota que se produjo en los campos de batalla de Europa con bastante antelación a lo que finalmente sería la debacle total sufrida por el antiguo imperio universal en América. Una derrota que bien podríamos suponer inducida, preformada en los discursos (tanto los plásticos como los textuales) que, temerariamente, se alejaron por entonces cuanto pudieron de cualquier notación empírica, realista y, por supuesto, tecnológica, que hubiera servido para corregir los derroteros fatales, los empeños abocados al fracaso.
Un fiasco final cuyas claves simbólicas quizá se encuentren en particular en los campos de batalla de Flandes, donde se mantuvo la confrontación a lo largo de más de ochenta años, y acerca de lo cual intervinieron activamente los poetas, los novelistas, los dramaturgos y, en una proporción considerable, los pintores áulicos y los grabadores y autores de frontispicios. De ahí la insistencia en ambos libros –que hablan de una, audazmente calificada, «guerra barroca»–, en los sucesos que tuvieron al Septentrión por escenario, aunque no se dejan de lado el cuestionar otras representaciones del campo militar en el resto de las plataformas continentales donde actuaba la Monarquía: particularmente África y América.