El jardín es también una obra de arquitectura. Esta constatación elemetal, respaldada por los proyectos y los escritos de tantos arquitectos a lo largo de la historia -desde Alberti a Le Corbusier-, ha sido soslayada durante gran parte del siglo XX, como si la presencia en el jardín de sus componentes naturales fuera incompatible con la formación de espacios tan complejos y con significacos tan elaborados como los de los edificios de piedra u hormigón.