Este texto nace de un sendero llamado un cuaderno. Un sendero llama a un cuaderno cuaderno y se va convirtiendo en texto que alimenta la intuición. Si quisiera claridad y precisión, la tendría. En el sendero hay letras que se van escribiendo al caminar y otras que se van perdiendo porque otros pasos o el viento las borran. El cuaderno sería casi indescifrable si, además de letras y palabras, no hubiese espacios en blanco, silencios hermanados con vacíos. Los silencios permiten escuchar y escuchar permite leer. El sendero nos permite ir al bosque y escucharlo que el silencio tiene que decir. El silencio se cuela en el cuaderno y con él vienen también las voces del bosque. Así se suman capas al texto, pero también se restan para escribir algo crudo. Nunca se pararía de escribir, hasta que un día se dice —Hasta aquí. Y se abandona. La ballena sigue nadando sola y libre. La juventud en paz y libre. Simplemente dejas de esperar y dejas que siga nadando en paz la juventud. Las cosas no son así, están así. Dejas que las cosas sean o estén o hagan lo que sea que hacen las cosas cuando nos acercamos a ellas para contarlas. En el cuaderno hay voces propias y de otros que han transitado por los mismos lugares de la selva. En las hojas de los árboles hay muchas voces diferentes, recuerdos, libros, noticias, anécdotas y conversaciones fragmentarias. En ellas cabe todo. El relato es una alianza entre palabras y textos propios y ajenos. Decir ajeno no es exacto, tú eres lo que ves y, además, eres del tamaño de lo que ves, en la selva nada (te) es ajeno. De libro en libro, de página en página, la voz se contrae y dilata, se relaciona con otras voces y avanza. No sabe a dónde, pero se va abriendo paso, haciendo camino entre los murmullos de las hojas. Voces que vocean en la cabeza como la musiquilla de una canción que uno no se sabe, que uno no sabe de dónde viene ni cómo ha llegado a él. Y h ecos, muchos h ecos.