Las sublevaciones son hijas de las lágrimas. El llanto es una trepidación. La lágrima es cuchilla y tempestad. Así se llora en la escena de duelo de El acorazada Potemkin, en cuyo nucleo Didi-Huberman apoya su compás, entre una ejecución individual y una masacre de los inocentes, tejiendo el salto del ritual fúnebre ancestral al sismo político contemporáneo