Viviendo como vivimos en el siglo de los remakes, no tendría sentido que dejáramos de exprimir y de sacarle el jugo a multitud de piezas teatrales que -pese a ser magníficas- se mueren de asco e el armario del olvido porque las compañias actuales cultivan a la perfección el arte de ahorrar y no se atreven a montar obras de más de dos personajes y tres sillas (o preferiblemente dos sillas nada más)