Todos los lectores de Ivanhoe, la estupenda novela de Walter Scott, hemos vibrado de emociÛn con el Caballero Negro, el misterioso personaje que resulta ser luego, al final de la obra, ni más ni menos que Ricardo CorazÛn de LeÛn. Pues bien, el héroe novelesco de nuestra infancia fue igualmente, en la breve parcela de espacio y tiempo que le tocÛ vivir (Oxford, 1157-Ch�lus, en el Lemosín, 1199), un héroe real, además de regio, sumamente atractivo e interesante. Monarca guerrero, al modo de los jefes que conducían a sus hordas a lo largo y ancho del mundo en la prehistoria del planeta, príncipe liberal y generoso, Ricardo fue valiente hasta la locura, pero también astuto y maquiavélico en ocasiones, sin freno ni mesura en su b?squeda de placeres, pero a la vez capaz de impetuosos arrepentimientos. Caudillo de la Tercera Cruzada, rival del poderoso Saladino en Tierra Santa, fue hecho prisionero en Austria a su regreso de Palestina, y dice la leyenda que fue su habilidad como poeta (en lengua provenzal) lo que le permitiÛ volver a Inglaterra sano y salvo. Cuenta el abad Ra?l de Coggeshall que en 1191 se descubrieron cerca de la abadía de Glastonbury los restos del quimérico rey Arturo. No es azaroso el hecho de que el mito art?rico teja principalmente su prodigiosa tela de embustes durante el reinado de Ricardo CorazÛn de LeÛn, reencarnaciÛn de Arturo en una época en que poetas como Chrétien de Troyes y María de Francia se hallaban todavía en activo.