DANIELA SCHETAR

Sol, playa y mar: hace tiempo que Túnez se ha hecho un nombre como un paraíso para las vacaciones. En el interior, por el contrario, aún queda mucho por descubrir: lugares de sacrificio púnicos, templos romanos, mezquitas fortificadas y vistosos palacios orientales que llenan la agenda cultural. Los paseos en camello por el Sáhara, las compras en los souks (zocos) de Túnez (Tunis) y los trayectos en quad a campo través permiten liberar adrenalina, mientras que los excelentes campos de golf, situados entre el mar Mediterráneo, los oasis saharianos y los lujosos balnearios orientales garantizan el relax absoluto. Los cantos religiosos de una hermandad sufí resuenan en los muros y compiten con el rap en árabe que se escucha por los altavoces de las tiendas de música. En Túnez, la tradición no está reñida con la modernidad, sino que son dos aspectos cotidianos que se complementan. Al estar tan avanzado, a muchos no les parece que Túnez sea el reflejo de ninguno de los relatos de Las mil y una noches. Por supuesto que no lo es; se trata más bien de una región del mundo árabe e islámico que busca con ahínco su camino hacia la modernidad sin tener que renegar de su tradición por ello. Esto es precisamente lo que sorprende de una nación tan antigua, a la par que joven y dinámica. Si se viaja por Túnez con los ojos bien abiertos, se percibe esta contraposición: el legendario Oriente y la excitante época moderna, la medina fortificada y una arquitectura vanguardista, una playa de ensueño y la aventura sahariana, el venerable jeque y la ejecutiva segura de sí misma, en definitiva, un mosaico pintoresco que compone la imagen de un país sumamente hospitalario, fascinante y maravilloso.