Cuando leemos los versos de Alma de cebolla, la curiosidad y el ansia nos invaden y nos empujan a seguir. Entre sus líneas, nos encontramos con una voz apasionada que nos sorprende, cuando el amor —pero también el desamor— se convierte en la nota constante que une sus partes. Partes que ha ido creando durante años, cuidadosamente.Y al seguir el rastro de la voz cristalina de la poeta, así lo he leído y lo he sentido. Porque la poesía se siente. Y he sentido el amor de las mil maneras en que se puede sentir cada día: un amor limpio, sin romanticismo; una voz depurada; y el eco del canto de las trovadoras a sus amantes. Unos amantes que se convierten en compañeros.Sus versos luminosos transmiten paz. Los guía una voz de cadencias armónicas, acompasada con una naturaleza acogedora. Y un amor de madre, manifestado con una sagaz ternura, como el de las madres más sabias de otros tiempos.Es una voz que nos recuerda otras voces, que llegan frescas hasta aquí. Leerlas es ser parte de su rastro rutilante.ROSA ROIG CELDA