Nuestra sociedad ha conocido crisis, a veces realmente explosivas, que casi siempre han servido de vehículo a deteminadas reinvindicaciones relacionadas con un proyecto colectivo (ideológico, en el sentido fuerte de la expresión). Pero, al menos por ahora, esa época extravertida ha llegado a su fin. El último decenio ha asistido a la aparición de una "sociedad depresiva", amenazada de implosión, en la que el individuo, a falta de todo proyecto y de toda dimensión exteriores a él, se ve reducido a su sola subjetividad y forzado a considerar ésta como el comienzo y final de todo ideal de vida. Lo que subyace es un confrontación destructiva entre una interioridad en crisis y una vida pulsional que se retrotrae a sus estadios primeros: una regresión que, desde el menosprecio de las raíces de nuestra civilización, tiene como consecuencia, además, la disolución del vínculo social.