Desde siempre, tal vez por ser su nombre pentavocálico, Juan Berrio ha sido aficionado a jugar con las palabras. No es casual que haya ilustrado las frases de un antiguo manual de ortografía (Ejercicios de ilustración sobre textos de Ortografía práctica de Luis Miranda Podadera, 1995) y los problemas de los viejos libros de matemáticas (Aritmética ilustrada, 2006) ni que haya contado con ellos las historias más peregrinas. Capaz de encontrar ilustraciones agazapadas en cualquier sitio, desde dar con alguna en una receta médica o en un listín telefónico, se ha dedicado a dibujarlo todo. Como es tan observador, en sus paseos recoge los destellos del azar que a los demás nos pasan inadvertidos: repeticiones, casualidades y tangencias que determinan y dibujan el verdadero orden de las cosas. Su gusto por lo cotidiano se refleja en toda su obra, especialmente en sus cómics (Calles contadas, 2008; Miércoles, 2012, y El niño que, 2020) y el día a día en que su vida transcurre se plasma en colecciones pequeñas, hechas de palabras o frases con las que se tropieza por la calle (Cuaderno de frases encontradas, 2013) o de originales calendarios como Calendario palindrómico (2002) y Calendario monosilábico («dos mil tres»).