En el desarrollo de toda la obra late una idea capital, que es la sustitución de los signos dígitos arábigos por letras minúsculas del alfabeto. El 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9 son sustituidos por «o» vocal, b, c, d, f, 9, I, m, n, p. Toda ella es una aplicación práctica de esta idea.
Se especifica de modo concreto la escritura, lectura y equivalencia de los números nuevos hallados, al que yo puse el nombre de «númeras», considerando su formación inequívoca de género femenino, en tanto, los números naturales arábigos son de configuración, claramente, masculina. Una vez especificada la manera de escribir y leer las «númeras», paso a repasar con ellas, de modo superficial, y, a modo de ejemplo toda la Aritmética tradicional de nuestras escuelas. A este repaso llamamos la segunda parte del presente libro.
Creemos, que hay una gran paridad en cuanto a método entre el lenguaje y el sistema de numeración. En el lenguaje con unos pocos signos llamados, comúnmente, letras (vocales y consonantes), se pueden llegar a construir cuasi-infinitas palabras y frases. Con los números nos encontramos en situación similar, aunque si cabe más exagerada, ya que con los dígitos básicos, que son, en número, inferiores a las letras del alfabeto, podemos expresar cualquier cantidad por grande que sea; podríamos llegar al infinito, si esto fuese posible a los humanos. En la escritura continuada de número de menor a mayor tenemos el mejor ejemplo de la eternidad, que pueda concebirse.
Como decimos en la pequeña aproximación histórica que hacemos, el alfabeto para la construcción de los números, ya fue empleado por los griegos jónicos en el siglo VI o V a. de C. Otros pueblos mediterráneos en forma paralela, o copiando, o con influencias helenas utilizaron sus alfabetos para la numeración, como: hebreos, sirios, arameos, árabes...