En algunas de sus Conversaciones imaginarias ( Diógenes y Platón , Lord Chesterfield y lord Chatham —donde aludiría a la cacofonía del estilo de Platón—, Demóstenes y Eubúlides , Aristóteles y Calístenes , Diógenes y un ciudadano , Marco Tulio y Quinto Cicerón ), Landor insistiría en una animadversión hacia Platón que le granjeó las críticas de Emerson. En sus Rasgos ingleses, el platónico americano había dicho que Carlyle «no lee a Platón» y la respuesta de Landor —en su famosa Carta a Emerson publicada en 1856— sería característica: «Tal vez haya una razón suficiente para ello. Resuelto a descubrir qué hay en ese notable filósofo, fui diariamente durante varias semanas a la biblioteca Magliabechiana de Florencia, y así refresqué mi descuidado griego, y continué la lectura de sus obras en el original de principio a fin. El resultado de esa lectura puede encontrarse en varias Conversaciones imaginarias». Podría encontrarse también en Pericles y Aspasia, la más extensa de esas Conversaciones, que ahora presentamos al lector en nuestra serie de Platonismos como una deliciosa e incorregible misreading: incluso la miel del Ática, diría Landor, tiene sus impurezas.