TIBET

Sopla el viento y hace frío a pesar de que el sol luce desde hace horas. Aquí arriba dominan el azul, el gris, el verde y el blanco. Parece que el resto de los colores se hubieran desvanecido en la inmensidad del altiplano tibetano. El intenso azul del cielo, el gris paisaje lunar que forman las piedras, la arena y la estepa; de vez en cuando, verdes pastos aislados y al fondo las blancas cimas coronadas de nieve del Himalaya. En este ambiente transparente todos los elementos del paisaje parecen al alcance de la mano. No hay vapor que difumine los perfiles. Cada color, cada contorno, cada detalle se muestra con una impresionante claridad, se distingue acusadamente del trasfondo azul del vasto, casi interminable cielo. Tibet, el país de la nieve. El techo del mundo. Y esas denominaciones no son una exageración, ya que la altura promedio del Tibet es de 4 500 metros. Es el país más alto del planeta, el más cercano al cielo y está compuesto en casi dos terceras partes de macizos montañosos y estepas prácticamente despobladas. “Lha Gyal lo”: ¡que venzan los dioses! Así se felicitan alegremente los tibetanos cada vez que han pasado algunos de los innumerables pasos de montaña. “Lha Gyal lo”. Hemos alcanzado el paso de casi 5 000 metros de altura. Tenzin Rintschen, que está realizando su primer viaje de peregrinación, anuda su bandera de oración a las muchas otras que ya están ondeando en el cortante viento. Sus acompañantes apilan algunas piedras sobre las pirámides de cantos rodados que han ido formando los viajeros y peregrinos que pasaron anteriormente por allí. “Lha Gyal lo”. Ya no queda mucho para alcanzar su objetivo, el Kailash, la montaña más sagrada de Asia. El Kailash, la joya de la nieve