Aunque se imponga en el calendario la asepsia aritmética de las cifras neutrales, una poderosa tendencia cultural sostiene el valor simbólico de las fechas y confiere al inminente fin de siglo el signo de la anunciada catástrofe mítica. Sea evidencia de una fatiga generacional que renuncia al futuro o remordimiento pecaminoso en los archivos de lo irracional, este temor da aliento a grupos religiosos y políticos que, mientras el mundo esté celebrando el tránsito de siglo, seguirán deseando que todo acabe. Ya sea por las profecías apocalípticas del milenarismo o por los pronósticos racionales del pesimismo, una tradición de premonición reverencial está, en este fin de siglo, detrás de muchos temores y de las tragedias de los suicidios colectivos (Waco, La Puerta del Cielo...).
Las visiones selladas de Joanna Southcott, las intuiciones de la ciencia ficción, el repentino crecimiento de los mormones norteamericanos, las prácticas de los criónicos, forman parte de la misma obsesión por el final de los tiempos.