Sans oublier le saint, c'est l'histoire d'un homme qu'a voulu faire revivre Alain Decaux. Il montre Paul persécuteur impitoyable des chrétiens avant, sur le chemin de Damas, de reconnaître le Fils de Dieu : «Il m'est apparu à moi, l'avorton, car je suis le plus petit des apôtres.» Premier à comprendre que le christianisme n'avait d'avenir que s'il s'adressait aux païens, convertisseur génial, épistolier grandiose, Paul apporte la «Bonne Nouvelle» en Asie et en Europe. Emprisonné, torturé, lapidé, il forge, avant que soient écrits les Evangiles, les lois qui régiront l'Eglise. C'est sur les routes que Paul a parcourues que l'auteur l'a retrouvé. Jusqu'à Rome où Néron l'a fait décapiter.
A través de personajes excepcionales que, cada uno a su modo, ha dejado huella en la Historia, Alain Decaux nos sumerge en el asombro de unas vidas cuyos destinos han sido realmente fabulosos. Como excelente historiador, el autor no nos ofrece un relato con adornos de fantasía. Las personas aquí tratadas han vivido como nadie habría podido soñar. Una vez más, la realidad supera a la imaginación. Y se pone de manifiesto cómo no sólo la Historia con mayúscula, sino también la historia de cada hombre no es inexorable. El ejercicio de la propia libertad -ese misterio insondable que al final está en las manos de Dios- dirige nuestros actos hacia la meta que nos estaba designada por la eterna Providencia divina.
Místico y estratega. Con un carácter peculiar, que sufre en extremo cuando sus convicciones son puestas en duda, pero que no acepta renunciar a ninguna de ellas. El primero que comprendió que el cristianismo tenía futuro sólo si se dirigía a los paganos. Impresionante escritor de epístolas, proselitista genial, arquitecto del cristianismo -hay quienes consideran que fue su fundador-, impone su visión de un Cristo al que no había conocido y forja, mucho antes de que fueran escritos los Evangelios, las leyes que regirán la Iglesia. Tan temible me parecía el sujeto, que durante veinte años he dudado en dedicarle un libro. He buscado a Pablo por las rutas que él siguió, desde Tarso a Jerusalén, desde Antioquia a Chipre; desde Anatolia a Grecia y hasta Roma, donde encontró la muerte. Lo he visto apresado, torturado, lapidado, decapitado... En ocasiones me ha desconcertado, incluso exasperado. Pero nunca he dudado de que fue único.