Lady Anne recuerda en 1917, en plena Primera Guerra Mundial, cómo conoció en 1875 a Cecil, el medio hermano de su marido. Entonces era un niño de nueve años que se coló secretamente en las habitaciones de su madre, lady Guthrie, a la hora del te: Aunque estaba claro que no era nada estricta con el, tampoco parecia la clasica madre consentidora de un hijo unico delicado. Mas bien se diria que lo trataba como a un igual. Lo que sigue a partir de ahi es una historia que se prolonga mas de treinta años. En ella abundan los misterios, los viajes, las casas (en Escocia, en Surrey, en Londres, en Cannes, en Paris), las sospechas y los giros imprevisibles; y, siempre al fondo, una madre continuamente enferma, afectada y espiritista y un hijo erratico, enamoradizo, sin oficio, que parece adorarla incluso a riesgo de su propia felicidad y la de los demas. La narradora, tambien madre, con su forma alegre de entender la educacion y la independencia de sus hijos, sirve admirablemente de contrapunto a la maternidad siniestra que ejerce su suegra. Va contando esta relacion que nunca conoce ni de demasiado lejos ni de demasiado cerca y que, en su definitiva rareza, solo puede vislumbrarse por indicios y conjeturas. Elizabeth Eliot introduce ademas en Cecil (1962) un potente discurso sobre hasta que punto y de que manera es posible conocer la verdad. En conjunto, es una novela inquietante, con muchos sentidos, que trata realmente de lo inexplicable.
Lady Anne recuerda en 1917, en plena Primera Guerra Mundial, cómo conoció en 1875 a Cecil, el medio hermano de su marido. Entonces era un niño de nueve años que se coló secretamente en las habitaciones de su madre, lady Guthrie, a la hora del te: "Aunque estaba claro que no era nada estricta con el, tampoco parecia la clasica madre consentidora de un hijo unico delicado. Mas bien se diria que lo trataba como a un igual". Lo que sigue a partir de ahi es una historia que se prolonga mas de treinta años. En ella abundan los misterios, los viajes, las casas, las sospechas y los giros imprevisibles; y, siempre al fondo, una madre continuamente enferma, afectada y espiritista y un hijo erratico, enamoradizo, sin oficio, que parece adorarla incluso a riesgo de su propia felicidad y la de los demas.