Que el paisaje está de moda en las publicaciones arqueológicas es un hecho difícilmente discutible, como también es cierto que acerca de su definición no existe un consenso entre los investigadores en ninguna de las escalas a las que nos refiramos, ni entre colegas de departamentos ni a nivel internacional. Desde la irrupcion de lo ecologico en las Ciencias Sociales a finales de los años setenta y, sobre todo, durante la decada de los ochenta, la fuerte materialidad que siempre ha caracterizado a las investigaciones arqueologicas se fue reforzando, con una mayor y creciente preocupacion por lo contextual 1, que en el caso de los estudios a escalas mas amplias que la del simple objeto o el yacimiento, se volcaron hacia una preocupacion por la interrelacion entre las sociedades del pasado y el medio ambiente. Desde aqui, hasta lo que actualmente se denomina Arqueologia del Paisaje, se ha asistido a un desarrollo teorico y, sobre todo, tecnico, que ha permitido una multiplicidad de intereses y objetivos en su seno. Esta multiplicidad ha llevado a plantear lo miscelaneo de una disciplina que ha sido considerada y calificada de joven, acaso sin recordar que ya en los escritos arqueologicos de principios del siglo XX la preocupacion por el medio fisico era incuestionable, sobre todo para los periodos prehistoricos 2, y que decir del impacto de la Geografia en los estudios medievales, al calor de la escuela de los Annales