Este libro es un viaje lleno de escalas. Ha sido escrito con la aspiración de que el aficionado a la lectura descubra tesoros aún ocultos, y con la esperanza de que aquel a quien leer no entusiasma pueda degustar porciones de la mejor literatura sin indi
Este libro no es un manual de enseñanza. Solo pretende ser un viaje lleno de escalas. Ha sido escrito con la aspiración de que el aficionado a la lectura descubra tesoros aún ocultos, y con la esperanza de que aquel a quien leer no entusiasma pueda degustar porciones de la mejor literatura sin indigestarse. Procura reflejar testimonios literarios de diferentes lugares del mundo, tanto de Occidente (desde la Divina comedia hasta Petrarca) como de Oriente (China, Ibn Jaldun, Persia). El libro juega con la cronologia de forma algo caprichosa, pues su objetivo no es tanto el estudio como la divulgacion, el invitar a saborear autores y obras, en especial algunos apenas conocidos por el publico español.
Esta es una historia poco convencional de viajes en el tiempo. Dos personajes ligados al mundo universitario profesor y alumno inician un viaje a pie por la comarca donde residen. Una peculiaridad toponimica es que los nombres de localidades, y en algun caso de instituciones y antroponimos, se corresponden con las denominaciones de aves diversas. El profesor Nicomedes Alcion, que ya ha viajado en el tiempo a traves de un viejo Ford T modificado (nada que ver con el filme Regreso al futuro, pese a lo que pudiera parecer) hace participe a su alumno Julio Marmolillo del extraordinario hallazgo. Un problema es que Nicomedes no acierta a controlar la maquina, que puede enviarlo aqui o alla de forma aleatoria (salvo al futuro, a no ser que el quiera). Tampoco el regreso es controlable.
Este libro habla sobre la naturaleza, pero él mismo no es naturaleza. Solo son palabras. Ni siquiera palabras: son meras manchas de tinta. No alcanzamos a entender en virtud de qué encantamiento estas manchas de tinta invocan palabras, palabras que conjuran sensaciones, sonidos y aromas; colores y formas; el roce de los dedos sobre la corteza de un abedul o la superficie de un canto rodado; el agua fria de un manantial cayendo por la garganta; el sabor de un arandano maduro, sensaciones todas que actuan como un balsamo. Un balsamo que nos permite encontrar lo que estaba perdido en la ciudad: nosotros mismos. En parte me aferro a la belleza de un pajaro, un arbol, una mariposa o una flor para no perder el equilibrio, el apego a la existencia. Afirman los que saben que belleza sin verdad no es belleza. Pues valga la verdad palpable de la vida, tan hermosa, doliente, absurda y fugaz, para amar lo que por un instante conmueve el espiritu. Leer a Ignacio Galaz Ballesteros nos otorga el privilegio de atisbar la riqueza del mundo natural. Pero la belleza de las palabras de este libro es tambien un reflejo velado de otra riqueza mas escondida: nuestro tesoro interior. Leemos para salir de nosotros. Salimos al campo para encontrarnos.