Juan Laurentino Ortiz, más conocido como Juan L. Ortiz o, simplemente. Juanele, es una figura fundamental de la poesía escrita en español en el siglo XX. El que su vida radicalmente discreta en una provincia argentina lo haya colocado en un ámbito de difusión y acceso hasta hoy tortuosos no impide que su obra, una vez al descubierto, se levante como una construcción única, de sorprendente rareza, que contribuye a acentuar la aureola de leyenda que le envolvió ya en vida. Puede decirse que Juan L. Ortiz fue autor de un solo libro, En el aura del sauce, o, mejor, que escribió varios libros (hasta trece), pero con un impulso unitario, que la presente antología se encarga de mostrar. Como toda la gran poesía. la de Juanele emerge y se alimenta de la aventajada posición del poeta ante el mundo. En efecto, la voz que suena en sus poemas es la de alguien que se esfuerza en desvanecerse para que las cosas cobren una presencia antes robada por el tumulto y el humo. Así, este hombre delgadísimo, escribió en uno de sus poemas lo que podría considerarse la divisa de todos ellos: "Un silencio cortés, extremadamente cortés, ante las cosas y los seres... Ellos debían aparecer con su vida secreta, sólo llamando el silencio, pero con cuidados infinitos, ah, y con humildad infinita..."
Se ha dicho muchas veces que EL GUALEGUAY es el poema mayor de la obra de Juan L. Ortiz y sin embargo permanece desde hace más de treinta años en el olvido. Estamos hablando de la escritura de toda una vida y estamos hablando, no es vano repetirlo, del poema central de una de las obras más importantes de la literatura argentina. Para explicar esta negligencia no es suficiente hablar del lugar marginal que ocupa la poesía en nuestra sociedad, o de los torpes mecanismos de nuestra cultura oficial que no cesa de empobrecerse con sus omisiones. En todo caso, no es necesario ir tan lejos: hay razones más inmediatas, internas al texto si se quiere, que construyen como todo río que dibuja su propio margen, el espacio de su discurrir silencioso. El poeta ve siempre más allá y avizora un lector que no existe todavía pero que existirá. Un lector que reciba, como el bien más precioso, un texto inesperado. Leer EL GUALEGUAY implica una doble tarea. Se lee un poema autobiográfico y al mismo tiempo se lee un poema nacional -el relato del nacimiento de un territorio y de la comunidad que allí busca su destino-. ¿Cómo conjugar entonces esa contradicción ejemplar entre lo individual y lo colectivo, entre lo íntimo y lo público? ¿Cómo leer, para que la pregunta alcance su más elevada pertinencia, esta doble naturaleza poética, al mismo tiempo lírica y épica? La edición que aquí presentamos es la primera de EL GUALEGUAY en forma de libro.
¿Qué hace tan especial a la poesía de Juan L. Ortiz? ¿Qué la distingue y le otorga esa condición de futuro que parece ser su signo cierto? Cada lector asume, secretamente, sus propias respuestas. Uno de sus criticos, Carlos R. Giordano, ha dicho: "La clave de su eficacia podria residir en la sor-presa que produce el descubrimiento (inevitable) de que esa evanescente y armoniosa poesia impresionista ha deslizado tambien un mensaje de lucha y esperanza". La poesia de Juan L. Ortiz se muestra aqui como una de las resoluciones mas sutiles que ha tenido la literatura argentina del siglo xx en referencia a la siempre tensa relacion entre literatura y revolucion
"Balbuceante, trémula, fluida, siempre como deshaciéndose en el momento mismo en que se la quiere tocar, la poesía de Ortiz es tan profundamente placentera como ardua de abordar. [...]. No porque en Ortiz pueda hallarse hostilidad alguna hacia el lector, sino porque aquello que dice es siempre de algún modo inaferrable, impone al lector una extrañeza que hace de la lectura una tarea intensa y exigente. [...]. Pero si el lector entra en ese juego, si se deja estar en ese fluir semejante a un encantamiento, puede, de pronto, descubrir que ha ganado mucho, sobre todo cuando, al retornar a su realidad, la encuentre sorprendente y delicada. Habrá encontrado una disciplina de la paz y la atención, que inevitablemente ha de ser provisoria, pero los instantes que habrá vivido le resultarán seguramente imborrables". (Del prólogo de Daniel Freidemberg).