Nosotros, gente común y corriente fue un libro precursor en su época porque planteaba la posibilidad de convivencia del cristianismo con el que fuera considerado su mayor enemigo: el comunismo. Durante todo el siglo XX hubo enfrentamientos y demonizaciones de las dos partes, muy pocas veces llegando a un diálogo sanador que tendiera puentes de comprensión y colaboración entre ellas. Madeleine Delbrêl haría exactamente eso, desde muy temprano y con voluntad de hierro, siempre empuñando el Evangelio como su única arma y herramienta. Durante treinta años, hermanada con los obreros con los que compartía su vida por opción y vocación, vivió la oración y el seguimiento como laica, demostrando que eso no significaba ni una partícula menos de vocación que la vida religiosa en todas sus formas tradicionales. Por el contrario, pionera también en eso, probó la enorme riqueza que podía encontrar la Iglesia en la inserción en los medios obreros, y se lanzó a ser "misionera sin barco", para evangelizar en su propia ciudad, entre su propia gente, en lugar de marchar a lugares lejanos para convivir con culturas extrañas, como era usual en la Europa de la época. Porque se propuso vivir "con las manos aferradas a la persona de Nuestro Señor y los pies bien plantados en medio de la muchedumbre de los que no creen". En la actualidad, cuando se plantea el interrogante sobre el futuro de la vida cristiana en un mundo de tan variadas opciones y aquejado de una denunciada decristianización general, este libro se convierte en visionario y profético para testimoniar que sí es posible la convivencia, que la clave del encuentro con el otro radica precisamente en el encuentro, en ver en el otro una persona, no una idea, y amarlo profundamente como prójimo. Aquí, Madeleine nos invita a ser lo que ella tanto deseaba que los cristianos fueran: esas "personas para las cuales Dios es suficiente, en un mundo en el que Dios parece no servir para nada".
Amar como amó Jesús, es decir, revelar a Dios mediante el amor a los demás: vivida al pie de la letra, esta exigencia basta para transformar una vida. Y para convencerse no hay más que leer estos textos, que iluminan con una luz nueva una verdad tan simple y elemental. La alegria de creer reune sobre todo meditacinoes sobre los caminos del amor a traves de la soledad, el sufrimiento, la sencillez, la oracion y la fidelidad al Evangelio y a la Iglesia. La originalidad de Madeleine Delbrel consiste en haber repetido, con dulce insistencia, que los hijos de Dios estan, hoy como siempre, llamados a salvar al mundo, por su cuenta y riesgo, con y por la fuerza del Hijo unico: "La esperanza de los apostoles de todos los tiempos es una gigantesca pordiosera con los pies en un mundo perdido, que lleva en los brazos a los hombres mas olvidados y es infinitamente pobre con ellos..., pero sonrie a una Redencion que espera del cielo como nosotros esperamos el dia". Escritas entre 1935 y 1964, estas paginas reflejan una vida que supo conjugar fidelidad y creatividad, realismo sobre la vida y sobre la historia y adhesion a las constantes evangelicas. MADELEINE DELBREL (1904-1964), que en el momento de su muerte era practicamente una desconocida, se ha convertido con el tiempo en p