Parece fácil adentrarse en la obra de Dashiell Hammett. Junto con Raymond Chandler es la figura señera del género de misterio en Norteamérica, un género que difícilmente habría aparecido sin él o, en todo caso, no habría logrado nunca ni la calidad literaria ni la proyección social que consiguió. Evidentemente, Dashiell Hammett no fue el inventor de la novela negra -nadie lo es nunca de un modo taxativo para ningún género literario-, que ya existía cuando él comenzó a escribir como una amalgama de materiales dispersos -el western, las biografías de criminales, las historias de fuerte contenido sexual, etc.-, que se concentraban por aquel entonces en las revistas pulp, entre las que destaca la mítica Black Mask, dirigida por Cap Shaw, en la que Hammett escribió sus mejores relatos. Pero a partir de estos materiales literarios heterogéneos, la obra de Hammett provocó una transformación del género criminal, a la vez que lo insertaba en las corrientes narrativas de la época, lo elevaba a las más altas cotas de calidad literaria que había alcanzado hasta entonces y abría caminos y posibilidades inusitadas para la literatura de misterio. La relevancia literaria de Hammett se combina, por otra parte, con una personalidad destacada: no sólo fue el emblema de la revista Black Mask sino que social y políticamente también su figura resultó emblemática como personificación de la resistencia crítica y el compromiso con sus convicciones, hasta el punto de convertirse en uno de esos escritores cuya biografía resulta tan apasionante o más que la de sus personajes y que son por ello mitificados de tal modo que logran traspasar parte de ese carácter legendario a sus propias creaciones literarias.
¿Podemos, en esta encrucijada, seguir jugando todavía? Inevitablemente, puesto que el juego de la historia no se detiene. Y nuestra única posibilidad de participar en el juego es incrustarnos entre esas dos alarmas (la alarma del tipógrafo, la alarma del marxismo) para intentar "historizar" -de manera radical, repetimos- la "naturaleza humana" de los relatos de Christie, para intentar mostrar -modestamente y en la medida de nuestras posibilidades- la "naturaleza histórica" de su "naturaleza humana".
Era el resultado de un extraño encuentro histórico: el cientifismo positivista se proyectaba sobre una amalgama de materiales literarios dispersos, que iban desde la novela de aventuras hasta las causas criminales y judiciales o los relatos de terror, y provocaba la transformación de la figura del arruinado y melancólico caballero Augusto Dupin, salido de la pluma de Edgar Allan Poe. Cobraba asi vida literaria el mítico detective Sherlock Holmes, que viviría la ficción sentimental de creerse plenamente científico, materialista y ajeno a lo sobrenatural durante sesenta relatos (cincuenta y seis cuentos y cuatro novelas) que -tal vez sea una broma que el destino le gastó a Holmes- llegarían a ser considerados objeto de culto y nombrados como las Sagradas Escrituras.