MARTINA MIETHIG

Vietnam está dando el salto hacia el siglo XXI y es, actualmente, un país entre el pasado y el resurgimiento, lejos de los clichés de la guerra, las pipas de opio y el aguardiente de serpiente. Tanto los parques nacionales de rica flora y fauna como los tesoros naturales fascinan a los viajeros, ya sea en la bahía de Ha Long, en el norte, o en las aguas del delta del Mekong. Entre ambos puntos, 3.200 km de costa con islas, playas y rincones ocultos esperan ser explorados. El principal atractivo de este país situado entre el río Rojo (Song Hong) y el delta del Mekong es que no existe el turismo de masas de otros lugares del sureste asiático. En Vietnam no se escenifica nada para los visitantes ni se disimula. Detrás de cada casita con techo de chapa, en los mercados flotantes del Mekong o en los mercados de campesinos de Hue o Da Nang pueden cazarse escenas cotidianas auténticas como mariposas al vuelo. Los viajeros pueden hacer descubrimientos en cualquier sitio: un pequeño templo oculto con aroma a incienso, un animado mercado de fruta con vendedoras de melones y rambután, carniceros y comerciantes chinos de telas o cacharros de latón gesticulando con garbo, una idílica y minúscula playa natural sin sombrillas ni hamacas o el caótico gentío en las calles. A todo ello se suma la curiosidad amable y pícara de la gente. El respeto a los demás es una virtud, una especie de principio básico asiático muy valorado por estos lares. Sin duda, un viaje a Vietnam es una aventura para todos los sentidos.