Durante siglos las epidemias fueron un azote contra el cual poco y nada podía hacerse: no se sabía de dónde venían ni como y por qué se propagaban. Aún hoy, y especialmente en los días que corren mientras esto se escribe, la palabra produce pavor, si bien las epidemias actuales no tienen, ni de lejos, la ferocidad y el alcance de otros tiempos. Pero no está mal recordar que hace menos de un siglo, en 1918, una epidemia de gripe mató a millones de personas (murió más gente que en la Primera Guerra Mundial). Historia de las epidemias, a través de cuatro ejemplos emblemáticos: la peste, la sífilis, el cólera, la lepra, elabora una crónica y un relato de estos espantosos fenómenos y de lo que se hizo para -débilmente—enfrentarlos.
Desde la Antigüedad, quienes empezaron a mirar el mundo con los ojos de la razón, desechando definitivamente las elucubraciones de lo sobrenatural, tuvieron la difusa percepción de que había "algo" en el universo que se conservaba; "algo" que lo mantenía en funcionamiento sin gastarse ni aumentar, permitiendo que los fenómenos se manifestaran, y eligieron para "aquello" desde diversas sustancias -como el agua, el aire, el fuego- hasta conceptos más abstractos como los números. Recién durante la Revolución Científica, y al librarse la ciencia de la pesada herencia aristotélica, se empezó a sospechar -por obra de Descartes- que aquello que se conservaba estaba relacionado con algunas propiedades del movimiento. Así se comenzó a recorrer el gran camino que, integrando paso a paso el calor y la electricidad, condujo hasta la actual ley de leyes, la ley de conservación de la energía que teoría de la relatividad mediante incluye a la materia-. Ese camino establece un precioso vínculo con aquellos filósofos que en Grecia se atrevieron a pensar sin la ayuda, siempre sospechosa, de los dioses.