"En Iban a la muerte como a una fiesta, el padre Plácido María Gil Imirizaldu nos narra --como testigo privilegiado que fue-- uno de los episodios más sobrecogedores de aquella Guerra Civil en la que se desataron todos los demonios: el martirio de los monjes benedictinos de El Pueyo, que corrieron --en aquel Barbastro tomado por las milicias anarquistas-- la misma suerte que escolapios y claretianos, asi como otros muchos sacerdotes diocesanos del lugar, con su obispo al frente. Quien busque en estas paginas una exposicion truculenta de aquellas jornadas se llevara, sin duda, un gran chasco; porque las brutalidades y sevicias que sufrieron quienes pronto serian martirizados, al igual que los desmanes de sus asesinos, no importan tanto a su autor como la exaltacion de las virtudes de aquellos monjes que, en la hora de la tribulacion mas desgarradora, fortalecidos por la oracion y los sacramentos, dieron ejemplo de piedad, acudiendo a la muerte con serenidad, y hasta con jubilo: la serenidad y el jubilo que brinda la certeza de acceder a una existencia plena, como ciudadanos del cielo, en amorosa contemplacion del misterio divino". (Juan Manuel de Prada)
En Iban a la muerte como a una fiesta, el padre Plácido María Gil Imirizaldu nos narra --como testigo privilegiado que fue-- uno de los episodios más sobrecogedores de aquella Guerra Civil en la que se desataron todos los demonios: el martirio de los monjes benedictinos de El Pueyo, que corrieron --en aquel Barbastro tomado por las milicias anarquistas-- la misma suerte que escolapios y claretianos, asi como otros muchos sacerdotes diocesanos del lugar, con su obispo al frente. Quien busque en estas paginas una exposicion truculenta de aquellas jornadas se llevara, sin duda, un gran chasco; porque las brutalidades y sevicias que sufrieron quienes pronto serian martirizados, al igual que los desmanes de sus asesinos, no importan tanto a su autor como la exaltacion de las virtudes de aquellos monjes que, en la hora de la tribulacion mas desgarradora, fortalecidos por la oracion y los sacramentos, dieron ejemplo de piedad, acudiendo a la muerte con serenidad, y hasta con jubilo: la serenidad y el jubilo que brinda la certeza de acceder a una existencia plena, como ciudadanos del cielo, en amorosa contemplacion del misterio divino. (Juan Manuel de Prada) Placido Miguel Gil Imirizaldu nacio en Lumbier (Navarra) el 10 de junio de 1921. Ingresa de niño como estudiante en el Monasterio Benedictino de El Pueyo. Con 15 años le toca vivir en 1936 uno de los episodios mas tragicos del inicio de la Guerra Civil española con el martirio de toda la comunidad monastica convirtiendole en testigo privilegiado de una de las pAginas mas bellas del reciente martirologio cristiano. Tras tres años en la retaguardia ingresaria como monje en Monasterio Benedictino de Valvanera (La Rioja). Tras cursar estudios en Montserrat y Roma fue ordenado sacerdote en 1946 y enviado al monasterio de El Paular (Madrid). Posteriormente desarrollo una apreciada labor pastoral en la diocesis de Malaga. Finalmente se incorporo al Monasterio Benedictino de Leyre (Navarra) donde contribuyo eficazmente a la promocion de la Causa de los Martires de El Pueyo. Fallecio en 2009.
Este libro nos ofrece un testimonio sereno y transparente de la persecución religiosa desatada en la Guerra Civil española. Su autor, monje benedictino de la Abadía de Leyre, tenía quince años al comenzar la contienda, y se preparaba como estudiante en el monasterio de El Pueyo, en Barbastro. Esta ciudad aragonesa fue uno de los focos mas terribles de la persecucion religiosa, con decenas de ejecuciones de religiosos y sacerdotes, incluido el obispo de la diocesis, Florentino Asensio. Todos los monjes de El Pueyo fueron ejecutados tras un periodo de detencion, cuyo dramatico relato queda reflejado en este libro. Tan solo Miguel Gil y cuatro jovenes compañeros salvaron sus vidas gracias a su juventud, y se vieron abocados a servir como camareros en la cantina de los milicianos anarquistas de Barbastro. Aqui arranca una serie de aventuras que solo culminaran con el final de la guerra y el retorno de Miguel (que tomara el nombre religioso de Pacido) a la Orden benedictina.La mirada del narrador sobre el tremendo drama de la persecucion religiosa nos permite comprender mejor la conciencia y los sentimientos con los que acogieron el martirio aquellos religiosos: no hay rastro de rebeldia ni de rencor, sino entrega confiada en Dios, perdon de los verdugos y ofrenda por una convivencia en paz. En el curso de la guerra, el joven Miguel descubrira tambien como se mezclan el trigo y la cizaña: en medio de la violencia y el odio sectario, encontrara tambien buenas personas que lo cuidaran y respetaran sus creencias. Y a lo largo de tantos meses de añoranzas y zozobras, se mantendra viva la fe sencilla de aquel joven testigo de nuestra tragedia nacional. Ahora, en la madurez de su vocacion religiosa, nos ofrece la memoria viva de aquellos acontecimientos, con deliciosa frescura y sencillez.