Ramón J. Campo (Huesca, 1963) es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y Máster de Periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid-El País. Colaboró en El País y El Nuevo Lunes. Desde 1991 trabaja en Heraldo de Aragón, con especial dedicación a informaciones de Defensa e Interior. Ha publicado El oro de Canfranc (Premio Asociación de la Prensa de Aragón 2001).
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La catástrofe del Yak-42 es la peor de la historia del Ejército español, la mayor vergüenza de los 25 años de democracia y uno de los episodios más siniestros de mentiras y manipulaciones del PP. La mitad de los 62 militares españoles muertos, que regresaban de una misión humanitaria en Afganistán y Kirguizistán, no fueron identificados por el Gobierno de José María Aznar, que se apresuró a entregar los cuerpos por miedo al escándalo. Las familias de las víctimas se rebelaron contra la injusticia desde el mismo 26 de mayo de 2003. Se asociaron y batallaron con sus armas contra el Ministerio de Defensa en busca de la verdad. El tiempo les ha dado la razón. Treinta fallecidos van a tener que ser exhumados, aunque ocho de ellos fueron incinerados, para que sus deudos sepan a quién rezan. La Audiencia Nacional ha tardado más de un año en abrir diligencias penales por el accidente y los errores de identificación.De nada sirvió la presión de España sobre Turquía para que ocultara la realidad. Primero se demostró que un piloto del avión ucraniano dio positivo el control de alcoholemia; luego que el avión no sabía dónde estaba cuando se estrelló contra una montaña tras fallar el aterrizaje en el aeropuerto de Trabzon, a orillas del Mar Negro; más tarde se supo que Defensa había recibido catorce quejas de los soldados sobre el estado de estos aparatos a las que no hizo el menor caso... Los familiares llegaron a manifestarse ante el Ministerio y su pelea está teniendo su fruto. Ahora saben la verdad, aunque la verdad del Yak-42 es muy amarga. Esta es la crónica del peor año y medio de sus vidas.
La estación internacional de Canfranc, inaugurada en 1928, se convirtió en la Segunda Guerra Mundial en un enclave estratégico para las redes de espionaje de los aliados. Por esta frontera del Pirineo aragones pasaron los mensajes en clave de la Resistencia Francesa y los agentes que trabajaban para el Intelligence Service britanico que resultaron decisivos para inclinar la contienda contra los alemanes. Hasta noviembre de 1942, el anden frances de Canfranc estuvo libre de los nazis porque se encontraba en la zona no ocupada. Por eso, la Embajada britanica en España escogio el paso aragones para el paso de informacion y personas al estar Irun cerrado por la ocupacion alemana.Una organizacion integrada por 30 personas (entre franceses, vascos y aragoneses, muchos de ellos de ideologia de derechas) dirigida por militantes franceses de un partido monarquico establecio una conexion semanal por tren entre Canfranc, Zaragoza y San Sebastian para llevar los mensajes al consulado ingles de la capital donostiarra que, cada lunes, los remitia por valija diplomatica a Madrid. La dictadura de Franco desarticulo esta red, que proporcionaba informes militares vitales de las tropas alemanas en Francia, de las tropas españolas y del trafico de mercancias estrategicas por Canfranc. Sus 30 miembros fueron juzgados y condenados por un Tribunal Especial contra el Espionaje en 1943.La estacion espia es un relato construido a partir de una investigacion historica en la que se entrelaza la busqueda de los descendientes de aquellos espias por rescatar o conservar la memoria historica de una epoca dorada de Canfranc. El magnifico edificio modernista de la estacion se encuentra en la actualidad casi en ruinas, despues de que Francia cerrara en 1970 el paso internacional ferroviario. La frontera por donde se salvo Europa es hoy un dinosaurio dormido en el que los arqueologos descubren cada dia pedazos de la historia moderna ignorados.