En los años ochenta, la mayoría de los españoles aspiraban a ser modernos. El vértigo de las mutaciones sociales -del catolicismo a la posmodernidad- no dejaban tiempo para preguntarse qué tipo de modernidad necesitábamos. De manera creciente, fue cuajando un paradigma cultural narcisista que hoy sigue vivo y que es compartido por la izquierda y la derecha. Definidos como «una explosión de libertad», fueron también tiempos de censura, competición extrema y amnesia política.Tres décadas después, se pueden valorar mejor las películas de Almodóvar, los tabúes de una revolución sexual con veinte años de retraso y la carga política de palabras como «creatividad», «meritocracia» y «transgresión». Los ochenta impusieron un consumismo pop, una anglofilia con sabor a cena descongelada y una mirada condescendiente sobre cualquier cuestionamiento del mercado. En este sentido, no faltaron casos de apartheids culturales que marginaban los contenidos preferidos por las clases bajas (casi siempre más vivos que los que promocionaba el sistema).En gran medida, las derrotas discursivas y materiales de los ochenta impiden imaginar un futuro mejor. Es hora de pasar revista a los espectros de la Movida.
¿Todo el mundo aspira a ser moderno? ¿En qué consiste lograrlo? Hace tiempo que expresiones como indie, hipster, cultureta, moderno y gafapasta son de uso corriente en nuestras conversaciones. Sus límites resultan borrosos, pero remiten a una realidad social que la industria cultural y las agencias de publicidad utilizan para designar un amplio segmento del mercado. Los hipsters son la primera subcultura que, bajo la apariencia de rebeldia, defiende los valores impuestos por el capitalismo contemporaneo. Palabras como independencia, creatividad o innovacion son la cara amable del espiritu individualista y competitivo que propone el sistema, y la presunta exquisitez de criterio de los hipsters ha creado un consumismo que no averguenza, sino que genera orgullo.¿Estamos ante la cultura favorita de la clase dominante? Cada vez quedan menos dudas. La Reina Letizia se escapa de la Zarzuela para acudir a conciertos de grupos indie como Eels, Los Planetas y Supersubmarina. El magnate derechista Rupert Murdoch invierte cincuenta millones de euros en Vice, grupo mediatico de referencia para los hipsters de todo el mundo. Pero la cultura indie, hipster y gafapasta promociona valores incompatibles con las aspiraciones igualitarias de la contracultura y de movimientos sociales masivos como el 15M.