La luz de Gata es bíblica. Los montes pelados, la cal de las viviendas cúbicas, los cantos rodados que las ramblas y la mar arrastran hasta la playa, los rayos del sol que confieren al paisaje una extrema nitidez, las dunas y esa gama jubilosa de azules que invita a la holganza y a la contemplación. En Gata no existe la prisa. Las horas discurren lentas y dichosas, y en cada vivienda hay un gato lustroso que se desplaza cansino, husmea en torno a la quilla de las barcas varadas, ocupa los mejores espacios y dormita en poyetes de obra donde rompe el oleaje y acaricia la brisa, aguardando el regreso de los pescadores con sus artes de pesca.