Hay un lugar en lo alto de la montaña donde la muerte no existe, pero lo abarca todo. Se esconde en las sombras, en la niebla, en el silencio del Valle de Tena… y en el palacete de la Viñaza, un sombrío caserío al que Nelle llega con la esperanza de huir de sí misma y del pasado que ha dejado atrás en el París de 1905. Tiene una sola tarea: pintar un elegante retrato de las tres personas que habitan allí. Dos de ellos son los gemelos y marqueses de Saint Lary. Tan atractivos y enigmáticos que Nelle no puede evitar dejarse llevar por sus fiestas de etiqueta y su extraña costumbre de esta. La tercera persona a quien debe retratar es una presencia. Un susurro en el amplio eco del Pirineo. Alguien cuyo nombre es tan solo un rumor, un anhelo. Ella es Celina, y al principio solo existe en el sonido del piano que ama tocar. Nadie la conoce, pero en cuanto Nelle posa sus ojos sobre ella… se da cuenta de que nunca jamás podrá separarse de ella. Hay algo en su interior que la empuja continuamente en su dirección. ¿Qué extraño vínculo la une con los dos hermanos? ¿Por qué se siente irremediablemente cautivada por ella? ¿Será capaz de pintarla como sus ojos la ven? Y más importante… ¿Será capaz de sobrevivir a ella?