Tiene en sus manos el lector un libro cuya palabra quiere acercarse al misterio de la Palabra; su atención central mira al cuarto evangelio de cuya meditación fue brotando, entre 2004 y 2007, el poemario Agua tinta en sangre: por ello, en esta antología queda recogido en su totalidad. Echaba yo de menos en la poesía de las últimas décadas más representación de la huella de nuestros libros sagrados, los cuales pasaron de firmes cimientos de Occidente a irse deslizando, pasito a paso desde el siglo XVI hasta el XX, hacia la demolición. Tras esta, malvive una luciente hegemonía de ruinas, entre las que braceamos como torpes animalillos. Ya en el siglo XXI, la agenda persigue de modo muy ostensible y generalizado su liquidación, y a ella responden bastantes poemas del Libro de los dones o del aura (2015) y los seis finales, porque a muchos mandamases del mundo no hay cosa que les provoque, irrite y estorbe más que la idea del Dios encarnado. Por algo será.
Frente al mundo que desdeña el marco de la civitas Dei -estudia, trabaja, lee, ora, adora-y se flagela encarnizadamente mientras persevera en abolir la quintaesencia del ser humano con todos los parabienes genuflexos imaginables, emotivos y deleitosos, el espacio poético y vital mío es el Dios trinitario.