Cuestiones hay que desde la más tierna mocedad instan a nuestras conciencias a la reflexión, cuando no a la continua ponderación de no pocas inquietudes, ideas, actitudes, circunstancias o realidades, y casi siempre de manera tan tozuda, por reiterada, que parecería en su relato cosa inacabable: doblegándonos nos fuerzan incluso hacia la misma obsesión introspectiva. Lo digo, salvo preferible o más destacado parecer, porque esta cuestión que traigo al caso es una realidad flagrante en nuestras vidas y, aunque bastante más corriente de lo que deseáramos, resulta, no obstante, tan inaudita, tan incomprensible como inaceptable para casi todos. Pero tan cierta es su presencia, insisto, que aún hoy, andado muchos años, ha tenido como resultado esta meditada exposición que no esconde, en su muy restringida y exigua sugerencia intelectual, una seria preocupación emocional y racional (también ética), si origen primordial de sus planteamientos.