En sus páginas, que recogen poemas escritos durante estos quince años, se superpone a la vocación elegiaca un cierto tono de epístola moral a sí mismo. Cuartetos, serventesios y sonetos, endecasílabos y alejandrinos con resonancias modernistas sustentan un doble argumento clásico: el tiempo y el amor, porque como enseñó Machado se canta lo que se pierde.
Entre la contención métrica de la forma clásica y el despliegue verbal y la ambición visionaria de la poesía posromántica: porque aquí los crepúsculos son de arco voltaico y Bernal Díaz del Castillo convive con Papageno y San Agustín con el doctor Spock, pero hay también un breve sueño de amor del genovés que iba sin saberlo a un nuevo mundo, la mente positrónica de los robots y el numen virginal del que se enamoran un Pan infantil o un Arlequín adolescente y los sueños perdidos se atisban en la niebla de las islas del sueño.