La tarde en que volvió a sentir en su piel la brisa del mar, Robyn Davidson estaba convencida de que la voluntad puede dominar las flaquezas del cuerpo y que el éxito de una aventura depende del talante con que damos los primeros pasos. En su caso, todo había empezado la mañana en que Robyn llegó a Alice Springs, un pequeño pueblo situado en el centro de Australia, con la firme convicción de cruzar el desierto australiano a pie, hasta alcanzar la costa del océano Índico, al oeste del continente. Sus únicos compañeros de viaje serían cuatro camellos y el amigo Diggity, un perro que incluso sabía sonreír. Tras dos años de dura preparación, la joven mujer emprendió un viaje de casi tres mil kilómetros, que duraría meses y que trastocaría su concepto del tiempo y del espacio. Desnuda y sola entre las dunas, Robyn aprendió a servirse de la comida como simple medio de supervivencia, y a considerar la higiene como un lujo innecesario. Sus esporádicos encuentros con los aborígenes le dieron las claves de un nuevo modo de entender la amistad, y cuando, por fin, vio ponerse el sol más allá del horizonte marino, Robyn era una mujer sabia que conocía el precio de la felicidad. De esta experiencia nacieron las páginas de Las huellas del desierto, un libro que Doris Lessing ha descrito como una pequeña joya del arte del viajar. Encuadernación: Rústica con solapas.