¿Por qué la mayoría de los humanos continúa creyendo en unos dioses creados por ellos mismos en el amanecer de las culturas? ¿Cuándo renunciaremos a la protección de esos seres fantásticos de los que no existe ninguna evidencia experimental? ¿En qué momento nos rebelaremos contra la tiranía de las religiones? ¿Es posible otra ética distinta a la formulada en los libros sagrados? En Los dioses que no podían serlo, se abordan estas cuestiones y muchas otras relacionadas con la injerencia de las jerarquías eclesiásticas en decisiones que corresponden a los poderes civiles. Pero, sobre todo, se hace evidente el permanente conflicto del pensamiento religioso con la razón y la ciencia.
El análisis lo realiza, miles de años en el futuro, una comisión de expertos enviada a la Tierra desde Pontus un planeta colonizado por nuestros descendientes. A Zahara y sus compañeros, nunca contaminados por el virus religioso, les corresponde la tarea de estudiar sin prejuicios las ideologías dominantes en la Tierra durante el periodo 1920-2120. De esta suerte, muchas de nuestras ideas y comportamientos irracionales quedan al descubierto, como absurdas nos pueden parecer hoy en día gran parte de las convicciones de hace dos mil años en Atenas o Jerusalén. Así, resulta que los auténticos protagonistas de la obra somos nosotros, y no quienes investigan lo que aquí sucedió en aquel periodo.