En versos melodiosos, con «música interior», como escribe el prologuista, por los que fluye la emoción de modo natural, aborda el poeta asuntos como el imposible retorno a la niñez, el amor perdido, el flujo temporal que las palabras buscan contrarrestar, los ecos de las ausencias causadas por la muerte, las sensaciones ofrecidas por la naturaleza y visiones en las que hay algo misterioso y de ensueño, como en estos versos: «Todos estaremos na ribeira / agardando un barco branco / como quen agarda un viaxeiro / que chega de moi lonxe». Casa última es quizá el poemario más hondo. La casa de otros días, abandonada, sostenida por la memoria, duele como una herida. La casa va unida, pues, a la remembranza de un tiempo ido. Es una pérdida y una ensoñación. De ahí la sensación de desposesión, orfandad y vacío. Al fin, «somos lo que recordamos». Y el recuerdo se impregna de melancolía. De ahí que la poesía de Valcárcel, emotiva, delicada y armoniosa, sea hondamente elegíaca.