PATERNA, ENTRE EL AGUA Y LA CAL

Paterna es un pueblo que vivió aislado de su entorno hasta prácticamente fines del siglo XIX: dependiente de un camino de conexión con la capital que, cuando llovía, se convertía en un barrizal y cuando hacía sol en una nube de polvo. Un pueblo hipotecado a un rio y sus acequias derivadas que le proporcionaba el agua para beber, para regar o para mover las muelas de los molinos. Un pueblo que vio crecer su población gracias a su amplio término municipal, a las facilidades para encontrar cobijo con tan solo excavar en la tierra y a la conexión ferroviaria con la capital a partir de 1888. Un pueblo mayoritariamente rural hasta bien entrado el siglo XX, sumido en la crisis de ingresos tras la pérdida de parte de sus bienes comunales con la desamortización de 1855. Un pueblo sin más tradiciones que las fabricadas por la Iglesia hasta que en 1931 fueron otros los que reclamaron una cultura laica y popular. Un pueblo que fue noticia, mayoritariamente, por ser albergue de un campamento militar que se haría famoso por sus campos de tiro y maniobras, así como por su “picadero”. Un pueblo que, como ha relatado el gran historiador local, Vicent Gabarda, se convertiría en paredón de España con millares de fusilamientos que culminaron la obra de exterminio desarrollada por el franquismo.