Y cuando la calle ha quedado como ha quedado –sin corazones que latan–, ya sólo –¿sólo?– resta poner lo que antiguamente se ponía al acabar las películas. La palabra con la que todos suponemos –suponemos e imaginamos– que ha de terminar lo que termina, ésa con la que se engañan, nos engañamos, los que como tú y como yo escribimos y leemos, leemos y escribimos.
La que más cuesta escribir porque parece la más fácil. Ésa que te lleva, que nos lleva, sí, al borde del precipicio de la página siguiente, la que quedará en blanco. La palabra, ay, FIN.