Antonio Cordero es un poeta que sabe de viajes. Al mismo tiempo, es un viajero que sabe de poesía. Y por eso sabe que el poema no es el viaje en si aunque también sepa que en sí mismo, el poema es un viaje en toda regla. Pero uno distinto, donde el desplazamiento es el del lenguaje y no el del sujeto con su fisicidad a cuestas.
Son escasos los escritores brillantes que desde la ficción han escrito buenos libros de viajes. No nos engañemos, los que consideramos mejores libros de viajes no son libros de viaje. Kapuscinsky nunca ha escrito un libro de viajes, Makroll el Gaviero viaja, pero sus andanzas pertenecen al género de la buena literatura, sin más. Saint Exupery es poesía en movimiento. Rimbaud viajó, pero, precisamente, para huir de la literatura. Vivimos el ocaso de los géneros tal y como los conocíamos hasta ahora, se impone el eclecticismo, la creación transversal que desconoce pautas preestrablecidas, como estos relatos que Antonio Cordero nos presenta aquí. Su Tortuga de Luang Prabang transita luces y sombras, ficciones y tabernas tan reales como el fantasma de Makrol, personajes novelescos y cazadores de osos, historias que se intuyen, pero no se dejan ver. Por momentos nos traslada a un mundo que evoca la felicidad, esa cosa naif que tanto nos preocupa y perseguimos como antes perseguíamos unicornios. En otros, nos sumerge en oscuridades conradianas, ejerciendo una especie de melancolía del horror, un deseo insatisfecho por compartir el destino de aquellos que se dejaron la cordura entre raíles, canoas y dunas de arena. Pareciera que para Antonio El Gaviero, el viaje es una excusa para la huida y cada uno de sus relatos un refugio temporal donde apaciguar las ansias de retorno. Ir, partir, volver... descuidos del lenguaje, paréntesis entre inocente y doloroso para evitar respuestas En cualquier caso, sus relatos son un alivio para esa enfermedad llamada nostalgia de lo que nunca tuvimos.
Antonio se inventa el poema motero en castellano, más allá del Blues castellano de Gamoneda o del paisaje machadiano sembrado de melancolía y asechanzas. Los poemas castellanos de Antonio Cordero incitan al movimiento, a la contemplacion pero desde los alto de una moto, vienen a trasmitir el ritmo cierto del mundo. Aqui nada para, por mucho que lo parezca, y solo en el vortice del maelstrom de Poe encontramos la verdadera calma, la definitiva. () En esta serie hay poemas duros, sin concesiones al ambage ni al bagaje aprendido, frases memorables como la naturaleza es sabia, pero puta. (Del Prologo de Enrique Mercado.)
Fogonazos, estampas en movimiento y del movimiento, gira, murmullo de un mundo ni ajeno ni exótico, mantra, volver una y otra vez a la vida que se escapa entre lenguas, lomas en barbecho campos verdes de cereal glaciares desiertos, personajes, situaciones, pensamientos. Con la potencia lirica del cuaderno y bajo el viaje en y de todos los sentidos que es Zen Bombardier, Antonio Cordero entrelaza lectura y escritura, convocando un ritmo que es porosidad explosiva de presencia: "todo es inmanente nada permanece".