Muy pocas islas del Mediterráneo pueden disputar a Ibiza una popularidad que, durante las últimas décadas ha recorrido el mundo entero.Bohemios, artistas y representantes del glamour internacional han poblado una isla paradisiaca que, en muchos aspectos, permanece basicamente invariable, como el caracter de sus gentes y su arquitectura popular.A la isla suele llegarse por la ciudad de Ibiza o por Sant Antoni de Portmany, centros turisticos de una extraordinaria vitalidad que cuentan con una abrumadora oferta de ocio. Pero a poco que nos alejemos de estos centros, la tranquilidad de sus calas, la belleza de su paisaje y la amabilidad de sus gentes, domina la estancia del visitante.Como si habitaran en vias paralelas que solo en ocasiones se cruzan en la calle, en el mercado, en el cafe o en la playa, dos sociedades muy distintas viven en Ibiza.De una parte, los naturales: tipicos mediterraneos, hospitalarios a la vez que comedidos en sus tratos; a veces locuaces, a veces reservados; siempre pacientes, tal vez porque conocen, tras siglos de ajetreada historia, la inconstancia de los invasores que arribaron a la isla en el pasado, y porque intuyen la fugacidad de su dominio. De otra parte, una creciente multitud de forasteros llegados como si fueran peregrinos a un evocado paraiso de trabajo, libertad y tolerancia.Unos encuentran en Ibiza tanto un poco de paz, como emociones intensas con que satisfacer los deseos mas vitales. Otros vienen en busca de trabajo permanente o de temporada.Una sociedad en la que conviven artistas, emigrantes, viajeros, en la que el llamativo desnudo comparte espacio con la madona que se atavia con las tradicionales faldas negras que llegan hasta los pies calzados con espardenyes de esparto, cubierta la cabeza con un pañuelo negro y con un viejo sombrero de paja.