Una docena de libros no es un mundo, pero sabemos que, a veces, cabe un mundo en el sencillo verso del renglón de un libro. Aquí está espigada la vida en la sonrisa, en la tragedia opaca, en el lamento —siempre en silencio, claro— compuesta por los sueños con el simple respeto de la norma, la música interior y sus latidos, todo lo que conlleva decir literatura, sabiendo que es hermoso, sensible y permisivo pensar lo que se siente, sentir lo que se dice, ahuyentar los fantasmas de otras guerras y alcanzar estos mundos que pueden ser el mismo que se anda, se vibra y se sustenta, sin querer o queriendo; referido al mundo que mantiene la savia, por más que se lacere el pasado vivido o escrutado, o este incierto futuro que se habita, cuando al fin el presente ni existe ni se intenta ni importa para vivir en paz y condenarse o ascender en sublime ansiedad hasta lo puro, esa región que llaman sideral y siempre suena a música de arcángeles castrados, si un instante se asume el recuento de todo lo que exige ser humano, ante esta opaca sinrazón de estar presente y cierto.
Es tal la carga de emoción que acrisola el poeta. que en ella cabe la alegría más sencilla y la más abrupta juventud: y, por supuesto, como espina dorsal de su continuo devenir, la más absoluta y ardiente soledad; todo lo que conlleva la plenitud, el ansia y el desastre, en un mundo fabricado para necios que sonríe y se insultan sin apenas cuartel, mientras este poeta —sólo un poeta más— que busca y se estremece, casi alcanza la estrella o cae fulminado por los sueños remotos que si atesora y mira, apenas ni le importan, pero que le hacen vibrar cuando pronuncia amor en susurro de llamas, mientras cesa anhelante, sumido en la tragedia que el destino le impone con el nombre de Ella.
Mientras se dilucida la novela ganadora de un prestigioso certamen literario, su autor, reconocido psiquiatra de vida en apariencia convencional, desahuciado a causa de un voraz cáncer que ha ocultado a los suyos, se quita la vida. Su obra premiada, desconocida hasta entonces, adquiere en ese instante un inusitado interes para su entorno, al entender que la misma viene a ser el equivalente a esa carta postrera con la que el suicida suele dar explicaciones sobre su ultimo y dramatico acto.De un lado, la prosa viva y ligera, que obliga a la lectura sin pausa; del otro, una novela intensa y con multiples tramas, que invitan a ser degustadas. La impaciencia de los allegados por ver publicado el texto se traslada al propio lector que, de manera sorprendente, se convierte en uno mas de ellos y, avido de respuestas, anhela con impaciencia las ultimas paginas: las que descifran un testamento en el que la sempiterna trilogia Vida, Amor y Muerte, con sus inevitables designios, lo aclararan todo.