El barrio ibicenco de Sa Penya comienza su actividad cotidiana. Es lunes y la puerta del bar Merlín está abierta cuando por la mañana llega la mujer de la limpieza. Sobre la mesa de billar, un cadáver con un tiro en la cabeza y las yemas de los dedos seccionadas. Los gatos que rondan por los alrededores son los únicos testigos de lo ocurrido durante la noche. Entre los clientes del local, varios policías y una periodista se convierten en protagonistas de esta trama que avanza a ritmo de rhythm and blues. La música acompaña a la acción y se acopla a ella como eco de las voces y de los pensamientos de los personajes. Las sombras de éstos, a su vez, se cruzan de continuo con los gatos en medio de la noche. La intriga merodea por los callejones.
El cadáver de Sergio, un joven de 18 años, aparece en una playa de Ibiza, a los pies del acantilado del mirador del Ayuntamiento. La investigación policial revela que era un muchacho sin problemas ni enemigos; un chico retraído y en su mundo, con un reducido grupo de amigos envueltos en trapicheos de poca monta, pero en los que Sergio, siempre dispuesto a ayudar a los demás, creía y confiaba. La edad del chico y la falta de pistas que indiquen lo contrario inducen al juez a archivar el caso como suicidio, pero a Ariel y David, dos de los policías encargados del suceso, no les cuadran las cosas y decidirán seguir investigando para esclarecer las incongruencias de una muerte sin por qué.