«Cuando a la señorita Prims de Oscar Wilde le preguntaron por la novela en tres tomos que había perdido, dijo: “Los buenos acababan bien y los malos, mal. Eso es ficción”, y tal vez el atractivo de l
Después de El libro de la señorita Buncle (1934) y El matrimonio de la señorita Buncle (1936), D. E. Stevenson quiso asomarse a la vida de su personaje en plena guerra. En Las dos señoras Abbott (1942), encontramos a la señorita Buncle ya madre de dos niños y a la encantadora Jerry, que se caso con el sobrino del señor Abbot, algo sola porque su marido esta en el frente pero algo excesivamente acompañada tambien porque en su gran casa isabelina aun sin electricidad se ha alojado un batallon del ejercito britanico. La Segunda Guerra Mundial deja, pues, sus huellas en la apacible comunidad de Wanderbury, en la que pululan incluso los espias.
Aunque la señorita Buncle, ya señora Abbott, solo hace una mínima aparición aquí en la boda de Archie y Jane, al principio de la novela, Las cuatro Gracias (1946) prosigue el ciclo de Wandlebury con la habitual desenvoltura, ingenio y dotes de observacion de D. E. Stevenson. Ahora la autora centra su atencion en el parroco de Wandlebury, el señor Grace, y en sus cuatro hijas: Liz, Sal, Tilly y Addie, que con su distinto caracter, del mas disparatado al mas reflexivo, deben hacer frente a las circunstancias de la Segunda Guerra Mundial y a todos los cambios que esta ha precipitado en su apacible comunidad. Una nueva galeria de personajes compone la atmosfera minuciosa que ya sabemos que se respira en los hogares descritos por D. E. Stevenson.
Cerca de Wandlebury, el pueblo en torno al cual gira la saga de la señorita Buncle y Las cuatro Gracias, hay otro pueblecito, Ashbridge, donde la gente tiene algo isabelino y es sencilla y valiente. En las afueras se alza Villa Vitoria, que un capitan mando construir despues de luchar en la batalla de Vitoria y contribuir a la expulsion de Jose Bonaparte de España. Ahora esta romantica casa de campo es famosa por su jardin florido y por la hospitalidad y buen humor de su residente, Caroline Dering, viuda de un hombre a quien solo se recuerda por su antipatia y fatalismo, y madre de tres hijos. En Villa Vitoria (1949) volvemos a encontrar el gusto de D. E. Stevenson por la comedia campestre y por las dificultades de pequeños personajes que se parecian mucho a las del ancho mundo, pero vistas desde el otro lado del telescopio.