Desde Veinte poemas para ser leídos en un tranvía (1922) a En la masmédula (1956), Oliverio Girondo llevó a cabo una de las mayores aventuras de la poesía en lengua castellana. El juego con la imagen brillante y la irreverencia en un principio, un desolado rastreo en la incertidumbre más tarde y finalmente la reelaboración bullente y desquiciada de las posibilidades de la lengua son los principales rasgos de una obra que, a más de un cuarto de siglo de la muerte de su autor, vuelve a nacer ante los ojos de quien quiera leerla.
La poesía y la fotografía pueden contemplarse y hasta influirse recíprocamente. Por una parte, la fotografía capta una imagen fija, inmóvil, y la poesía puede, a partir de esa suspensión o tregua del movimiento, hacer una lectura que la enriquezca.
Una susceptibilidad repetida vincula a los fotógrafos con quienes sospechan ser sorprendidos en su intimidad por el disparo de una cámara traidora. Se subestima, entonces, una evidencia: el fotógrafo también desnuda su intimidad, sus anhelos, a veces su poesía. Quien conozca a Eduardo Longoni ni temerá ni será traicionado.