Infrafútbol es el hallazgo de una pasión que te mata lentamente. El hórror vacui en cada córner. La luz pastosa y tenue de los segundos tiempos. Los bocadillos de fritanga. El sabor metálico de las latas de cerveza. Infrafutbol es aprender de que va la vida ahi fuera: de aprovechar con toda la crueldad posible los errores ajenos, de susurrar lindas amenazas a oidos inocentes. De exhibir los tacos y afilar los codos. De matar para no ser matado. Infrafutbol es la verdad en chandal y zapatos. La palmada en la espalda con y sin puñal a mano. La ley del patio del colegio, el codigo de la calle, el instinto de supervivencia que reacciona a la gravedad del miedo. Esperanzas al sol y lamentos al caer la tarde. Lo peor y lo mejor de este mundo.
«Me gustan los equipos trabajadores, constantes, honestos, valientes y jóvenes porque son todo lo que yo no soy. Me gusta el invierno porque puedo llenar de comida los bolsillos del batín y no tener que levantarme del sofá durante un Perú-Nueva Zelanda. El de la tele dijo que no era penalti porque el defensa tenía el brazo pegado al cuerpo, y menos mal, porque si lo tuviera despegado vaya susto, llamad a un médico, o algo». Las columnas de Barraca y tangana (publicadas en el diario Levante) se han convertido en una contraseña de culto entre los ojeadores más exigentes. Ballester escribe, aparentemente, de fútbol. Pero no te fíes: utiliza el regate de la ironía para despistar al lector. En verdad, escribe sobre lo que de verdad importa.
En Copenhague, en Basilea o en Soria. En tu pueblo o en el mío. A cuántos niños les habrán dicho, cuando se ponían tristes porque perdía su equipo, que no sintieran pena, que eso realmente no
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Cuando iba al instituto y jugaba en un equipo, no había partido sin que se diera la siguiente situación. Un rival manejaba la pelota de espaldas a portería y uno de nuestros defensas le encimaba. El entrenador le gritaba sin falta. Nosotros le deciamos