Doctor en Comunicación Pública por la Universidad de Navarra. Ha ejercido de redactor jefe de la agencia de noticias Vasco Press y analista en los periódicos La Vanguardia, El Correo y Diario de Navarra. Actualmente trabaja como director del Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo. Ha recibido entre otros, el Premio Javier Bueno de la Asociación de la Prensa de Madrid al periodismo especializado, el premio Internacional COVITE, la Gran Cruz del Mérito Civil y el Premio de Periodismo Francisco Cerecedo.
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ETA ha desarrollado en los últimos años una estructura idónea para practicar el activismo violento a costa de excluir el debate político e ideológico en su seno. Esta estructura genera una inercia continuadora de la violencia y dificulta el abandono de las armas y frente a la cual solo cabe la disidencia individual. Una jerarquia impone sus decisiones a sus militantes, que las aceptan en nombre de la clandestinidad. Esas estructuras han sido alimentadas activistas que se han enrolado en ETA en un flujo que comienza a reducirse de forma sustancial a mediados de los 80. La base social de ETA hasta la decada de los 70 procedia de las clases medias, pero en los 80 se traslada a escalones mas desfavorecidos.