Carmen Amaya fue mujer y gitana de personalidad muy singular. Catalana, la más universal de su tiempo, y aún hoy, aunque a veces no se le haya reconocido. Fue, claro está, una grandiosa artista, cantaora mas que notable y bailaora genial. La mas genial e irrepetible de todos los tiempos.Era tal la fuerza con la bata de cola, o vestida con pantalon de talle y chaleco, y el brio que ponia, el impetu, que se diria imposible en una mujer. Su cara de pantera hermosa, la pequeña cabecita, su pelo de azabache, los flamenquisimos brazos, su abrasadora mirada, el talle escaso, su cuerpo menudo en felina tension... Toda ella, componian una estampa inconfundible.Gozo en vida de la admiracion general y entusiasta de cuantos la vieron bailar. Su solo nombre lleno teatros enteros. La llaman de todas partes y a todas acude. Firma contratos fabulosos. Rueda peliculas en Hollywood, graba discos Carmen Amaya es un capitulo aparte en la historia del baile, es una figura inclasificable y unica. Y por todo ello, inmortal. Imperecedera. Eterna. Leyenda viva. Carmen era un hermoso y bello mito de si misma. Y nos consuela pensar que los mitos no mueren. Mas bien que nacen de verdad a partir de la muerte.Ahora que ya no esta entre nosotros continua bailando en las azoteas del viento
La década de los años veinte y la primera de los treinta de este siglo es especialmente activa para el flamenco en la Ciudad Condal. Testigo excepcional de la época es Sebastiá Gasch, quien, a través de sus artículos en la revista Mirador narra el resurgimiento y esplendor del flamenco.
Francisco Gómez Hidalgo recoge en esta obra bellamente ilustrada los orígenes de Juan Belmonte García, El Pasmo de Triana, (Sevilla, 1892 - 1962) y las impresiones que provocaba en la sociedad taurina de la época un torero que apenas sobrepasaba la veintena. Probablemente el matador más popular de la historia y considerado por conocedores y profesionales como el diestro que sentó las bases del toreo actual, Belmonte vistió de luces por vez primera a los 17 años; en 1912 triunfaría como novillero en la Real Maestranza de Sevilla y tomaría la alternativa en Madrid en 1913. El año siguiente, fecha de publicación de este texto, comenzaría su épica rivalidad con José Gómez Ortega, Joselito el Gallo, llevando entre ambos este arte a cimas de técnica, valor y seguimiento mediático inéditos hasta el momento y dividiendo a los aficionados del país en belmontistas y gallistas.Belmonte, pese a ser de familia humilde y no haber asistido a la escuela más que hasta los ocho años, fue autodidacta tanto en el ruedo como fuera de él, logrando cambiar la imagen tosca tradicionalmente asociada a los toreros, relacionándose con personalidades de la talla de Valle-Inclán, Pérez de Ayala o Ernest Hemingway, entre otros muchos intelectuales nacionales y extranjeros, y haciendo de la lectura su principal afición tras los toros.