Los siete siglos comprendidos entre el VI y finales del XII apenas han retenido la atención de los teólogos. Son los siglos a los que corresponde el extenso movimiento en que los monjes y las monjas elaboraron y promovieron, a su manera, una autentica teologia de Cristo.
En este libro, el gran conocedor de san Bernardo, que fue D. Jean Leclercq, nos ofrece una síntesis admirable acerca de la figura del santo pasando revista a los diferents aspectos de su vida y de su obra. Dios le prodigó de forma extraordinaria, por lo que brilló en las áreas más distintas (teólogo y literato, artista y músico, hombre de biblia y filósofo, poeta en la Iglesia y liturgo). Pero uno de los dones más significativos que recibió fue el de escritor en la que brilla su auténtica grandeza por la que fue maestro espiritual y doctor de la Iglesia.
El «amor a las letras» es en realidad el amor a la literatura: arte que usa las palabras como medio para llegar a la belleza. Los monjes de la Edad Media dedicaban su tiempo a meditar en los textos sagrados. En este sentido, no hacían otra cosa que seguir a los antiguos, para quienes meditar consistía en leer un texto y aprendérselo de memoria, es decir, poniendo en dicha actividad todo el ser. La palabra escrita, leída y escuchada se manifiesta como una especie de punzada imprevista que desagarra el alma adormecida y la despierta para que preste atención a Dios (Gregorio Magno). La palabra se convierte en camino privilegiado para ahondar en el misterio de la realidad, orientarse en el laberinto del ser humano y alcanzar el misterio último que es Dios. Conocer la palabra, es decir, su lógica, su gramática y sus posibilidades, permite recuperar la cultura clásica y hacer con las palabras actuales una cultura nueva. Por esta razón, al indagar sobre los autores monásticos medievales, en realidad se está recuperando una parte esencial de la cultura de Occidente que sustenta el presente. El amor a la palabra escrita que permanece es, pues, amor a la verdad que sobrevive a lo largo del tiempo.