Estamos pues ante un libro sinfónico, no exento de debate y de posturas diversas, que antes que plantear respuestas definitivas pretende, sobre todo, abordar tanteos, aportar instrumentos y apuntar posibilidades. Los últimos años han venido constatando un prudente florecimiento de diversos estudios sobre los efectos y contextos propios de las sustancias visionarias o enteógenos. Dejando de lado la explosión de consumo detonada por la propia prohibición toda una serie de iniciativas están viniendo a configurar un espacio en pleno proceso de maduración. En el mismo se dan la mano desde investigadores de vanguardia a tradiciones ancestrales de uso. El telón de fondo de la actividad descrita será una perspectiva novedosa respecto del valor de la experiencia visionaria. El mero experimentalismo de la vieja psicodelia estaría dejando paso a un especial acento en lo que serían los modos y maneras de integración y elaboración de la experiencia. La disposición básica de esta nueva perspectiva hundiría sus raíces en el creciente interés que suscita la trama de la conciencia y su evolución atendiendo a todo lo relacionado con sus potencias de desarrollo espiritual y sus troqueles inconscientes. Estaríamos pues ante una auténtica cultura emergente en la que vendría a integrarse un interés renovado por las sustancias visionarias. En la misma se encontrarían gentes de altura provenientes de diversos campos como son la antropología, la psicología o las diversas tradiciones espirituales. Todos ellos estarían aportando sus diversas capacidades en lo que sería la delimitación de la integración psicológica y espiritual de la experiencia. Más allá de las carencias de las que se parte las sustancias visionarias están ahí, y del encuentro con las mismas van surgiendo iniciativas y espacios de reflexión que merecen ser tenidos en cuenta desde los desafíos que esbozan.
De la misma manera que la "nueva cultura enteogénica" supone cierta maduración respecto de la psicodelia de los sesenta el final del trayecto sólo puede ofrecer la recepción integrada de las sustancias visionarias; precisamente por ser las propias contradicciones emergentes las que animen a la solución de las mismas. Lo contrario, es decir, la paralización de tal proceso sólo podría ser viable desde intereses muy específicos y desde colosales concentraciones de poder. Y en esas estamos gracias a las llamadas políticas prohibicionistas. El hecho de que un determinado proceso en curso, necesariamente, tenga ámbitos de problematicidad no supone que la mejor solución sea tachar la presencia de los diversos psicoactivos en nuestra sociedad bloqueando su recepción integrada y posibles usos. Las mejores soluciones al problema de las sustancias psicoactivas, con seguridad, vendrán de políticas pragmáticas como la llamada "política de reducción de riesgos" o de modelos como el holandés y no de la llamada por Antonio Escohotado inquisición farmacrática ni del furor prohibicionista. En este sentido es importante considerar cómo las buenas políticas saben atender a los propios equilibrios de los procesos sabiéndolos alentar. Saber rescatar la prudencia y la moderación, exiliar el furor intervencionista que desgrana la prohibición y dejar ser a las propias dinámicas, orientándolas y estimulándolas, acaso sea la mejor receta para dejar atrás en la historia las ya cuatro décadas de políticas sobre drogas instaladas en el más absoluto fracaso.