Para Juan Carlos Suñén la poesía no es fruto de alguna mágica predisposición ni privilegio de seres entusiasmados. "La poesía", dice, "seduce al oído, pero se escribe para la razón, es, sobre todo, inteligencia, trabajo". Para nunca ser vistos es su primer libro de poemas, aunque antes hubo otros "felizmente robados a la imprenta". El libro se divide en cinco partes: La estación soberbia, Lugar ninguno, La mejilla en la mano, Libro de saltos y Señor de las mujeres. El lector es aquí invitado a una narración en fuga, de la que se diría, sólo se nos muestra la estela. Hay -el lector lo advertirá en seguida- una evidente voluntad de contención quizás reacción contra la poesía más blanda y emotiva, pero está sin embargo, igualmente lejos del esencialismo o las abstracción. Todo el conjunto tiene algo de pieza musical, progresa hacia una evocación cada vez más intensa, hacia un final certero en su ausencia de diana. Pocas veces un primer libro goza de tal coherencia.
Un ángel menos habla de un tono profético, apoyado en el ritmo versicular y los retornos, de raíz bíblica y donde también es perceptible la huella de cierta poesía francesa contemporánea. En un único y extenso poema, se contemplan las condiciones de la vida, el ser de la vida y del mundo que la acoge; su voluntad es epica -el yo y el hombre lo protagonizan- y la fuerza de sus sentencias nunca rompe el enigma; quien dice verdad, segun Paul Celan, dice oscuridad, y de ahi el constante remitirse de la palabra al silencio, a lo largo del libro. En el, tambien, hay algo de planto y una velada intuicion de final suspendida sobre el flujo sin tiempo de la voz.
No es por necedad o por supervivencia por lo que el anhelo se convierte en un fin. Simplemente es el pago del hombre a cambio de la conciencia: no somos más que anhelo de sentido. El que lo sabe desea de tal manera que se condena a la ausencia de otro disfraz, a la separacion que acoge sin colmarse, si no define, cuanto se nos antoja trascendente. Pero lo desaparecido, ese vacio presente y unico es, entonces, el ultimo lugar para nuestro amor, que lo ocupa, que vigila sus puertas, que se alimenta incesante, desesperadamente, de su no estar.
La habitación amarilla / es realidad esperando / pacientemente lo que viva en ella. Recipiente, contexto, lugar de tránsito o residencia última de la imaginación decantada en palabra poética. A La