El actor JUAN DIEGO BOTTO (Buenos Aires, 1975) es una de las figuras más destacadas de los escenarios españoles. Golpeado de cerca por la represión política y la experiencia del exilio, que lo trajo a España, su carrera artística se ha desarrollado tanto en el cine como en el teatro, donde con frecuencia ha sido creador y director de sus propias obras.Su compromiso personal con las causas de los más desfavorecidos constituye, asimismo, la nota que ha definido una coherente trayectoria vital y profesional.
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Sin paternalismo, sin condescendencia y al margen de los tópicos habituales, Juan Diego Botto se adentra en el universo de los perseguidos y los excluidos: los invisibles de este mundoUn agente de po
Sin paternalismo, sin condescendencia y al margen de los tópicos habituales, Juan Diego Botto se adentra en el universo de los perseguidos y los excluidos: los invisibles de este mundo
Un personaje anónimo filosofa sobre lo divino y lo humano. Así surge el recuerdo, la anécdota encarnada en ese perro maltratado por su amo, un homeless neoyorkino al que a su vez apalearán sin piedad respetables ciudadanos, o en ese grupo de pizzeros mejicanos sin papeles que noche tras noche fantasean con un premio de lotería que nunca llegará... Se trata de «El privilegio de ser perro», el monólogo en su forma más pura que, sin embargo, desembocará en atroz nostalgia y en rabia apenas contenida. Con todo, no sucede así en los otros dos monólogos de Juan Diego Botto: en «Arquímedes», habla un funcionario de inmigración que amonesta paternal y cínicamente a un africano en busca de visado, y en «La carta», basado en un suceso real, el pequeño Fodé, oculto en el tren de aterrizaje de un avión, redacta junto a su amigo Yoguiné –turbadora no-presencia en extremo vívida– una carta dirigida a los «señores responsables de Europa» antes de morir congelado.También en el monólogo de Roberto Cossa («Definitivamente, adiós») la voz se desdobla, cual labios de una misma herida, pero ahora en el acento español y en el deje porteño: tres generaciones, a caballo entre España y Argentina, marcadas por el trágico destino de ambos países, se aferran a su identidad, a su nostalgia, y comparten su desarraigo ante la tumba del abuelo republicano, del padre represaliado por la dictadura, en un adiós que ya parece ser definitivo.