En más de una docena de libros, la poesía de Luis Aguilar ha ido construyéndose como una bitácora de páginas donde lo que entra por las ranuras no es nostalgia sino el filo de versos como navajas de afeitar, cristales de una ventana rota: el frio, duro y desnudo. Muchachos que no besan en la boca es un libro en voz alta; esta caida sin red de proteccion permite asomarnos a dos submundos: el de la poesia sin paliativos y el del lucrativo negocio de la prostitucion masculina en Cuba -no menos lucrativo en el resto del mundo, incluido España-, desde una optica que roza el cinismo y se acerca a la contemplacion, solo para desnudarse frente a la cama sin dramatismo ni lamentos.
En más de una docena de libros, la poesía de Luis Aguilar ha ido construyéndose como una bitácora de páginas donde lo que entra por las ranuras no es nostalgia sino el filo de versos como navajas de afeitar, cristales de una ventana rota: el frío, duro y desnudo. Muchachos que no besan en la boca es un libro en voz alta; esta caída sin red de protección permite asomarnos a dos submundos: el de la poesía sin paliativos y el del lucrativo negocio de la prostitución masculina en Cuba -no menos lucrativo que en el resto del mundo, incluida España-, desde una óptica que roza el cinismo y se acerca a la contemplación, sólo para desnudarse frente a la cama sin dramatismos ni lamentos.
En más de una docena de libros, la poesía de Luis Aguilar ha ido construyéndose como una bitácora de páginas donde lo que entra por las ranuras no es nostalgia sino el filo de versos como navajas de afeitar, cristales de una ventana rota: el frío, duro y desnudo. Muchachos que no besan en la boca es un libro en voz alta; esta caída sin red de protección permite asomarnos a dos submundos: el de la poesía sin paliativos y el del lucrativo negocio de la prostitución masculina en Cuba -no menos lucrativo en el resto del mundo, incluido España-, desde una óptica que roza el cinismo y se acerca a la contemplación, sólo para desnudarse frente a la cama sin dramatismo ni lamentos.
En algún lugar del Universo hubo alguien jugando a tirar la moneda de mi historia al aire. Nunca me preguntó si quería jugar, pero la cara o la cruz que cayó, ya determina inexorablemente la suerte de mi vida y, sobre todo, la forma de mi muerte.La moneda, que lleva en mi bolsillo desde que naci, puede leerme el futuro, confirmar mis miedos o salvarme de ellos.Cada relato de este libro es una excusa para seguir pensando que la moneda sigue de canto, porque, si la tuvieras en tu bolsillo, ¿te atreverias a mirarla?